
Caminaban juntas de la mano por la orilla de la playa, aferradas la una de la otra, haciéndose compañía silente, esa que tanto tiempo habían deseado y que en el momento menos esperado para ambas, se les apareció como un balde de agua fría, en un día de verano; sorpresivo, impactante pero agradable al fin.
Cuando estaban juntas parecían tener el poder de detener el tiempo, de congelar el reloj en el minuto exacto en donde nace el amor y mueren toda clase de temores e inquietudes.
Cuando estaban juntas parecían tener el poder de detener el tiempo, de congelar el reloj en el minuto exacto en donde nace el amor y mueren toda clase de temores e inquietudes.
Estaban eternamente agradecidas al destino por haberlas unido, por haber convertido un montón de palabras efímeras en el camino más hermoso que nunca imaginaron recorrer.
Sin embargo había algo que las atormentaba más que cualquier otra cosa en el mundo…¿Cuánto tiempo se demoraría ese destino amable en extraerles de raíz toda esa felicidad y gritarles en la cara que no volvería a ocurrir?
No les quedaba más que intentar dejar de pensar y dedicarse a sentir, pero el temor las consumía, nunca nadie les había enseñado a amar como lo hacían, a amarlo todo y amarse tal cual eran, sus defectos y virtudes, su vida como les toco, sin pensar en elecciones, en cuerpos, ni sexo, simplemente concentradas en dos almas que caminaban juntas, unidas como nunca antes, atentas a cada señal sigilosa que les diera el más mínimo indicio de que la magia podía acabar.
A veces las perdía de vista, huían cautelosas de mi mirada, era tanto su temor que se les olvidaba disfrutar el presente porque vivían mirando constantemente el futuro, buscando excusas para temerle, intentando odiarse para tener una razón propia para apagar la llama perpetua de un amor que no iba a acabar, porque este era mi regalo, - el del destino -, para dos corazones afables que aprendieron a través del dolor lo valioso del amor.
No les quedaba más que intentar dejar de pensar y dedicarse a sentir, pero el temor las consumía, nunca nadie les había enseñado a amar como lo hacían, a amarlo todo y amarse tal cual eran, sus defectos y virtudes, su vida como les toco, sin pensar en elecciones, en cuerpos, ni sexo, simplemente concentradas en dos almas que caminaban juntas, unidas como nunca antes, atentas a cada señal sigilosa que les diera el más mínimo indicio de que la magia podía acabar.
A veces las perdía de vista, huían cautelosas de mi mirada, era tanto su temor que se les olvidaba disfrutar el presente porque vivían mirando constantemente el futuro, buscando excusas para temerle, intentando odiarse para tener una razón propia para apagar la llama perpetua de un amor que no iba a acabar, porque este era mi regalo, - el del destino -, para dos corazones afables que aprendieron a través del dolor lo valioso del amor.
Antonia Cohen
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